sábado, abril 21, 2007

Parabola de lo Incostante. Rosario Castellanos.

Antes cuando me hablaba de mí misma,
decía:
Si yo soy lo que soy
Y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
Suceda ese proceso
Que la semilla le permite al árbol
Y la piedra a la estatua,
seré la plenitud.
Y acaso era verdad.
Una verdad.
Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
A asirme a una pared como el enamorado
Se ase del otro con sus juramentos.
Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
En solidez de roble,La rumorosa soledad,
la sombra Hospitalaria y daba al caminante-
a su cuchillo agudo de memoria
-el testimonio fiel de mi corteza.
Mi actitud era a veces el reposo
Y otras el arrebato,
La gracia o el furor,
siempre los dos contrarios
Prontos a aniquilarse
Y a emerger de las ruinas del vencido.
Cada hora suplantaba a alguno;
cada hora Me iba de algún mesón desmantelado
En el que no encontré ni una mala bujía
Y en el que no me fue posible dejar nada.
Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
Para arrojar después, lejos de mi, el despojo.
Heme aquí,
ya al final,
y todavía
No sé
qué cara
le daré a la muerte.

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