miércoles, julio 25, 2007

Varios Autores.

José Batres Montúfar


(1809-1844)

Yo pienso en ti
Yo pienso en ti, tú vives en mi mente,


sola, fija, sin tregua, a toda hora,aunque


tal vez el rostro indiferenteno deje


reflejar sobre mi frentela llama que en


silencio me devora.



En mi lóbrega y yerta fantasía brilla tu


imagen apacible y pura,como el rayo de


la luz que el sol envíaa través de una bóveda


sombríaal roto mármol de una sepultura.



Callado, inerte, en estupor profundo,mi


corazón se embarga y se enajena,y allá


en su centro vibra moribundocuando


entre el vano estrépito del mundo la


melodía de su nombre suena.



Sin lucha, sin afán y sin lamento,sin agitarme,


en ciego frenesí,sin proferir un sólo, un leve


acento,las largas horas de la noche cuentoy


pienso en ti!




Gustavo Adolfo Bécquer


(1836-1870



Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón


sus nidos a colgar,y otra vez con el ala a sus


cristalesjugando llamarán.



Pero aquellas que el vuelo frenaban tu


hermosura y mi dicha al contemplar;


aquellas que aprendieron


nuestros nombres,ésas ... ¡no volverán!



Volverán las tupidas madre selvas de


tu jardín las tapias a escalar,y otra vez


a la tarde, aún más hermosas,sus flores


se abrirán.



Pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas


mirábamos temblar y caer como lágrimas


del día...ésas ... ¡no volverán!



Volverán del amor en tus oídos las palabras


ardientes a sonar;tu corazón, de sus profundo


sueño tal vez despertará.



Pero mudo y absorto y de rodillas como se


adora a Dios ante su altar,como yo te he querido...


desengáñateasí ... ¡no te querrán!






Guillermo Blest Gana


(1829-1905)

Si a veces silencioso y pensativo a tu lado


me ves, querida mía,es porque hallo en tus


ojos la armoníade un lenguaje tan dulce y


expresivo.



Y eres tan mía entonces, que me privo


hasta de oír tu voz, porque creeríaque


rompiendo el silencio desuníami ser del


tuyo, cuando en tu alma vivo.



¡Y estás tan bella, mi placer es tanto,


es tan completo cuando así te miro,siento


en mi corazón tan dulce en tanto, que me


parece, a veces,, que en ti admiro una


visión celeste, un sueño santoque va a


desvanecerse si respiro!.



José Martí


(1853-1895)

Árbol de mi alma


(Fragmento)



Como un ave que cruza el aire claro,


siento hacia mi venir tu pensamiento


y acá en mi corazón hacer su nido.



Ábrase el alma en flor; tiemblan sus


ramascomo los labios frescos de un


mancebo en su primer abrazo a la


hermosura;cuchichean las hojas; tal


parecenlenguaraces obreras y


envidiosas, a la doncella de casa rica


en preparar el tálamo ocupadas.



Ancho es mi corazón, y es todo tuyo.


Todo lo triste cabe en él, y todo cuanto


en el mundo llora, y sufre, y muere!


De hojas secas, y polvo, derruidasramas;


lo limpio; bruño con cuidadocada hoja, y


en los tallos; de las floreslos gusanos y el


pétalo comidoseparo; creo el césped en


contornoy a recibirte, oh pájaro sin mancha,


apresto el corazón enajenado!






Rubén Darío


(1867-1916)
Mía



Mía: así te llamas.¿Qué más armonía?


Mía: la luz del día;Mía: rosas, llamas.


¡Qué aromas derramasen el alma mía


si sé que me amas,oh Mía!, ¡oh Mía!



Tu sexo fundistecon mi sexo fuerte,


fundiendo dos bronces.Yo, triste; tú triste...


¿No has de ser, entonces,Mía hasta la muerte?



Joaquín Dicenta


(1862-1917)
Lujuria



Cuando murmuras con nervio acento tu cuerpo


hermoso que a mi cuerpo toca y recojo en los


besos de tu bocalas abrasadas ondas de tu aliento.



Cuando más que ceñir, romper intensouna frase


de amor que amor provocay a mí te estrechas


delirante y loca,todo mi ser estremecido siento.



Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama,quiero entonces,


mujer.


Tu eres mi vida,ésta y la otra si hay otra; y sólo


ansíogozar tu cuerpo, que a gozar me llama,


¡ver tu carne a mi carne confundiday oír tu


beso respondiendo al mío!...






Miguel de Unamuno


(1864-1936)



Sed de tus ojos en la mar me gana...



Sed de tus ojos en la mar me gana;hay en ellos


también olas de espuma,rayo de cielo que se


anega en brumaal rompérsele el sueño, de mañana.



Dulce contento de la vida mana del lago de tus ojos;


si me abrumami sino de luchas, de ellos rezumalumbre


que al cielo con la tierra hermana.



Voy al destierro del desierto oscuro,lejos de tu mirada


redentora,que es hogar de mi hogar sereno y puro.
Voy a esperar de mi destino la hora;voy acaso a morir


a pie del muroque ciñe al campo que mi patria implora.



Manuel Ugarte


(1878-1951)
El beso



A veces nuestros labios, como locas mariposas de amor,


se perseguían;los tuyos de los míos siempre huían,


y siempre se juntaban nuestras bocas.



Los míos murmuraban: -¡Me provocas!Los tuyos:


-¡Me amedrentas!, respondían;y aunque siempre


a la fuga se atenían,las veces que fugaron fueron pocas.



Recuerdo que, una tarde, la querellaen el jardín,


llevando hasta el exceso,quisiste huir, mas, por


mi buena estrella,en una rosa el faldellín fue preso,


y que, después, besé, la rosa aquella,por haberme


ayudado a darte un beso.



Enrique de Mesa


(1878-1929)
Erótica



Cayó sobre tu espalda la llama de tu pelo


quemó la blancura su ondulación de fuego.
Entre los áureos rizos,por el amor deshecho,


yo vi calientes, húmedos,brillar tus ojos negros.



Sin desmayas, erguidos,redondos, duros, tersos,


temblaron los montonesde nieve de tus pechos.



Y de amor encendida,estremecido del cuerpo,


con amorosa saviasus rosas florecieron.



El clavel de tus labiosbrindaba miel de besos


y fue mi boca ardienteabeja de sus pétalos.



De la crujiente seda,que resbalara al suelo,emergió


su blancuratu contorno supremo.



Y al impulso movidode ardoroso deseo,se cimbró


entre mis brazosy quedó prisionero.
Me abrasaban tus ojos,me quemaba tu aliento,y


apagó las palabrasel rumor de los besos...


Dulce María Loynaz
Si me quieres, quiéreme entera
Si me quieres, quiéreme entera,


no por zonas de luz o sombra...Si me quieres,


quiéreme negra y blanca, Y gris, verde,


y rubia,y morena...Quiéreme día,quiéreme noche...


¡Y madrugada en la ventana abierta!...
Si me quieres, no me recortes:¡Quiéreme toda...


O no me quieras!




Jaime Sabines



Te quiero a las diez de la mañana



Te quiero a las diez de la mañana, y a las once,


y a las doce del día.


Te quiero con toda mi alma ycon todo mi cuerpo,


a veces, en lastardes de lluvia.



Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me


pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la


comida o en el trabajo diario, o en las diversiones


que no tienes, me pongo a odiarte sordamente,


con la mitad del odio que guardo para mí.



Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos


y siento que estás hecha para mí, que de algún modo


me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos


me convencen de ello, y que no hay otro lugar endonde


yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tucuerpo.



Tu vienes toda entera a mi encuentro, ylos dos


desaparecemos un instante, nos metemosen la


boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre


o sueño.



Todos los días te quiero y te odio irremediablemente.


Y hay días también, hay horas, en que note conozco,


en que me eres ajena como la mujerde otro,


Me preocupan los hombres, me preocupoyo,


me distraen mis penas.


Es probable que no pienseen ti durante mucho tiempo.


Ya ves


¿Quiénpodría quererte menos que yo amor mío?




Jaime Sabines



No es que muera de amor...



No es que muera de amor, muero de ti.


Muero de ti, amor, de amor de ti,


de urgencia mía de mi piel de ti,


de mi alma de ti y de mi boca


y del insoportable que yo soy sin ti.



Muero de ti y de mí, muero de ambos,


de nosotros, de ese,desgarrado, partido,


me muero, te muero, lo morimos.



Morimos en mi cuarto en que estoy sólo,


en mi cama en que faltas,en la calle donde


mi brazo va vacío,en el cine y los parques,


los tranvías,los lugares donde mi hombro


acostumbra tu cabezay mi mano tu mano


y todo yo te sé como yo mismo.



Morimos en el sitio que le he prestado al


aire para que estés fuera de mí,y en el lugar


en el que el aire se acabacuando te echo mi


piel encimay nos conocemos en nosotros,


separados del mundo,dichosa, penetrada,


y cierto, interminable.



Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos


entre los dos, ahora, separados,del uno al otro


diariamente,cayéndonos en múltiples estatuas,


en gestos que nos vemos,en nuestras manos


que nos necesitan.



Nos morimos, amor, muero en tu vientre


que no muerdo ni beso,en tus muslos dulcísimos


y vivos,en tu carne sin fin, muero de máscaras,de


triángulos obscuros e incesantes.


Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,de nuestra


muerte, amor, muero, morimos.



En el pozo de amor a todas horas,inconsolable,


a gritos,dentro de mí, quiero decir, te llamo,te


llaman los que nacen, los que vienende atrás,


de ti, los que a ti llegan.Nos morimos, amor,


y nada hacemossino morirnos más, hora tras


hora,y escribirnos y hablarnos y morirnos.





Raquel Garzón



No me culpes:


vi luz en tu alma y entré...


Es cierto,no toqué timbre.no golpeé.


Supuse que esperabas mi llegada.


Lo siento.


Si prejuzgué,fue sin mala intención,


debes creerlo,


Como sea, estoy aquí:


prepárate.

martes, julio 03, 2007

Andres Eloy Blanco.

Andrés Eloy Blanco

LA RENUNCIA
He renunciado a ti.
No era posible Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando cómo el río
se iba poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...
He renunciado a ti,
serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
Como el que ve partir grandes navíos como rumbo
hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.
He renunciado a ti,
como renuncia
el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los
cristales en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti,
y a cada instante renunciamos un poco de lo
que antes quisimos y al final,
!cuantas veces el anhelo menguante pide
un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo voy hacia mi propio nivel.
Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...
Andrés Eloy Blanco




LAS UVAS DEL TIEMPO
Madre:
esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos,
¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre, tan solo!;
pero miento, que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y
el recuerdo es un año pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto:
hay hombres vestidos de locura,
con cacerolas viejas, tambores de sartenes,
cencerros y cornetas;
el hálito canalla de las mujers ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos
la gran ciudad histérica, mi soledad
y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.

Esta es la noche en que todos
se ponen en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida.

Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compas de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan:
¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad;
la alegría de cada cual va sola,
y la tristeza del que está al margen
del tumulto acusa lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre, que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores»,
y los criados que llegan a recibir en nuestros
brazos el amor de la casa buena.

Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja...»
Y después, en el claro comedor,
la familia congregada para la cena,
con dos amigos íntimos,
y tú, madre, a mi lado, y mi padre,
algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas las uvas de la ausencia!
¡Mi casona oriental!
Aquella casa con claustros coloniales,
portón y enredaderas, el molino de viento
y los granados, los grandes libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece
que hay dinero enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo
el año uvas más dulces que la miel de las abejas.
Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.
Cuando llegaba la sazón tenía cada racimo
un capuchón de tela, para salvarlo de la gula
de las avispas negras, y tenían entonces
una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas,
sordas a la canción de las abejas...
Y ahora, madre,
que tan sólo tengo las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses
sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo
se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que
fue dulzura las uvas de la ausencia.
Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí?
¿Qué fuerza pudo más que tu amor,
que me llevaba a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria...,
pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!
Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas; yo soy un hombre
a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre; la verdad que corta
por los campos frutales, pintada de hojas secas,
siempre recién llovida, con pájaros del trópico,
con muchachas de la aldea, hombres que dicen:
«Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre, para un hombre
que se llamó fray Luis y era poeta.
¡Oh mi casa sin cítricos, mi casa donde puede mi poesía
andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas, de metros y de escuela?
Tú eres mi madre, que me dices siempre que
son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
¡Y mientras exprimimos en las uvas del Tiempo
toda una vida absurda, la promesa de vernos
otra vez se va alargando, y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche, mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre, retazos de
carbón en la cabeza, y ojos tan bellos que por mí
regaron su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía, y yo estoy
loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...

Uvas del Tiempo que mi ser escancia
en el recuerdo de la viña seca, ¡cómo me pierdo, madre,
en los caminos hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera, mientras
los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno, que es el racimo
de la parra buena, el buen racimo que exprimí
en el día sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.

Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda tiene
el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo a destilar
sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio
las doce uvas de la Noche Vieja.

Andrés Eloy Blanco

sábado, abril 21, 2007

Cancion del Neurastenico Pio Baroja.





CANCIÓN DEL NEURASTÉNICO

Pió Baroja


La sabia naturaleza me dio un cerebro tan malo,

que yo sospecho,

en verdad, que hizo la compra en el Rastro.

Es un órgano irritable, caprichoso y casquivano,

con extrañas fantasíasy vapores y arrebatos.

Tiene caras diferentes, como el antiguo dios Jano:

tan pronto crepuscular, débil, triste y aplanado,

Los médicos me preguntan pueriles detalles vanos,

y yo les contesto en broma, porque ya me van cargando.

Después quieren definirme con nombres estrafalarios

-supongo que es por lucirse o para pasar el rato.

Que uno se cure o se muera no es problema de cuidado,

la cuestión es aclarar si mi interesante caso

se halla en el primer capítulo o contenido en el cuarto

de un libro de medicina de un autor inglés o galo.

Esto a mí se me figura que es buscar tres pies al gato,

y yo, como buen felino, estoy un poco escaldado.

Ahora que mi enfermedad no me produce quebranto,

la considero con sorna, pues ya no me causa enfado,

y cuando me siento joven, y cuando me siento anciano,

cuando charlo en jovencito o pienso en octogenario,

cuando temo los augurios y me ocasionan espanto,

cuando creo en los espíritus o soy incrédulo nato,

me divierto con las sombras

que me va dando el gastado cerebro que llevo dentro,

que es un género de saldo,

procedente de algún otroque lo estropeó al usarlo.

Presencia. Rosario Castellanos.

Algún día lo sabré.
Este cuerpo que ha sido
Mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.
Esto que uní alrededor de un ansia,
De un dolor, de un recuerdo,
Desertará buscando el agua, la hoja,
La espora original y aun lo inerte y la piedra.
Este nudo que fui
(inextricable De cóleras, traiciones, esperanzas,
Vislumbres repentinos, abandonos,
Hambres, gritos de miedo y desamparo
Y alegría fulgiendo en las tinieblas
Y palabras y amor y amor y amores)
Lo cortarán los años.
Nadie verá la destrucción.
Ninguno
Recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos Dispersos,
aventados al azar, no habrá uno
Al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano,
amante, hijo,Amigo, antepasado,
No hay soledad,
no hay muerte
Aunque yo olvide y aunque yo me acabe.
Hombre, donde tú estás,
donde tú vides
Permaneceremos todos.

Parabola de lo Incostante. Rosario Castellanos.

Antes cuando me hablaba de mí misma,
decía:
Si yo soy lo que soy
Y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
Suceda ese proceso
Que la semilla le permite al árbol
Y la piedra a la estatua,
seré la plenitud.
Y acaso era verdad.
Una verdad.
Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
A asirme a una pared como el enamorado
Se ase del otro con sus juramentos.
Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
En solidez de roble,La rumorosa soledad,
la sombra Hospitalaria y daba al caminante-
a su cuchillo agudo de memoria
-el testimonio fiel de mi corteza.
Mi actitud era a veces el reposo
Y otras el arrebato,
La gracia o el furor,
siempre los dos contrarios
Prontos a aniquilarse
Y a emerger de las ruinas del vencido.
Cada hora suplantaba a alguno;
cada hora Me iba de algún mesón desmantelado
En el que no encontré ni una mala bujía
Y en el que no me fue posible dejar nada.
Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
Para arrojar después, lejos de mi, el despojo.
Heme aquí,
ya al final,
y todavía
No sé
qué cara
le daré a la muerte.

Destino Rosario Castellanos.

Matamos lo que amamos.
Lo de más no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante para los dos.
Y no basta la tierra para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es anima de soledades,
ciervo con una flecha en el ijarque huye y se desangra.
Ah, pero el odio,
su fijeza insomne de pupilas de vidrio;
su actitud que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo del tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen.
Se vuelve-antes que lo devoren-
(cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos

sábado, marzo 24, 2007

Varios Autores.


José Batres Montúfar (1809-1844)

Yo pienso en ti
Yo pienso en ti, tú vives en mi mente,
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.
En mi lóbrega y yerta fantasía brilla tu imagen apacible
y pura,como el rayo de la luz que el sol
envíaa través de una bóveda sombríal
roto mármol de una sepultura.
Callado, inerte,
en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena,
y allá en su centro vibra moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de su nombre suena.
Sin lucha, sin afán y sin lamento,sin agitarme,
en ciego frenesí,sin proferir un sólo,
un leve acento,las largas horas de la noche
cuento y pienso en ti!







Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870
Volverán las oscuras golondrinasen tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo frenaban tu hermosura
y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas
... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas ...
¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de sus profundo sueñot al vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios
ante su altar,como yo te he querido...
desengáñateasí ... ¡no te querrán!



Guillermo Blest Gana (1829-1905)

Si a veces silencioso y pensativo
a tu lado me ves,
querida mía,
es porque hallo en tus ojos la armonía
de un lenguaje tan dulce y expresivo.
Y eres tan mía entonces,
que me privo hasta de oír tu voz,
porque creería que rompiendo el silencio
de suní ami ser del tuyo, cuando en tu alma vivo.
¡Y estás tan bella, mi placer es tanto,
es tan completo cuando así te miro,
siento en mi corazón tan dulce en tanto,
que me parece, a veces,,
que en ti admirouna visión celeste,
un sueño santo que va a
desvanecerse si respiro!.



José Martí (1853-1895)

Árbol de mi alma (Fragmento)
Como un ave que cruza el aire claro,
siento hacia mi venir tu pensamiento
y acá en mi corazón hacer su nido.
Ábrase el alma en flor; tiemblan sus ramas
como los labios frescos de un mancebo
en su primer abrazo a la hermosura;cuchichean las hojas;
tal parecenlenguaraces obreras y envidiosas,
a la doncella de casa rica
en preparar el tálamo ocupadas.
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo.
Todo lo triste cabe en él,
y todocuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas, y polvo, derruidasramas;
lo limpio; bruño con cuidadocada hoja,
y en los tallos; de las floreslos gusanos
y el pétalo comidoseparo; creo el césped en contorno
y a recibirte, oh pájaro sin mancha,
apresto el corazón enajenado!


Rubén Darío (1867-1916)
Mía
Mía:
así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía:
la luz del día;
Mía:
rosas, llamas.
¡Qué aromas derramasen el alma mía
si sé que me amas,oh Mía!,
¡oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,fundiendo dos bronces.
Yo, triste; tú triste...
¿No has de ser, entonces,
Mía hasta la muerte?



Joaquín Dicenta (1862-1917)
Lujuria
Cuando murmuras con nervio acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento.
Cuando más que ceñir, romper intenso
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante
y loca,todo mi ser estremecido siento.

Ni gloria, ni poder, ni oro,
ni fama,quiero entonces, mujer.
Tu eres mi vida,
ésta y la otra si hay otra;
y sólo ansíogozar tu cuerpo,
que a gozar me llama,¡
ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío!...



Miguel de Unamuno (1864-1936)
Sed de tus ojos en la mar me gana...
Sed de tus ojos en la mar me gana;
hay en ellos también olas de espuma,
rayo de cielo que se anega en bruma
al rompérsele el sueño, de mañana.

Dulce contento de la vida mana
del lago de tus ojos;
si me abruma
mi sino de luchas,
de ellos rezumalumbre
que al cielo con la tierra hermana.
Voy al destierro del desierto oscuro,
lejos de tu mirada redentora,
que es hogar de mi hogar sereno y puro.

Voy a esperar de mi destino la hora;
voy acaso a morir a pie del muro
que ciñe al campo que mi patria implora.



Manuel Ugarte (1878-1951)
El beso
A veces nuestros labios, como locas mariposas de amor,
se perseguían;los tuyos de los míos siempre huían,
y siempre se juntaban nuestras bocas.
Los míos murmuraban: -
¡Me provocas!
Los tuyos: -
¡Me amedrentas!,
respondían;y
aunque siempre a la fuga se atenían,
las veces que fugaron fueron pocas.
Recuerdo que, una tarde, la querella en el jardín,
llevando hasta el exceso,quisiste huir,
mas, por mi buena estrella,
en una rosa el faldellín fue preso,
y que, después, besé,
la rosa aquella,
por haberme ayudado a darte un beso.



Enrique de Mesa (1878-1929)
Erótica
Cayó sobre tu espalda la llama de tu pelo
quemó la blancura su ondulación de fuego.
Entre los áureos rizos,por el amor deshecho,yo vi calientes,
húmedos,brillar tus ojos negros.

Sin desmayas, erguidos,redondos, duros, tersos,
temblaron los montonesde nieve de tus pechos.
Y de amor encendida,estremecido del cuerpo,
con amorosa saviasus rosas florecieron.
El clavel de tus labios brindaba miel de besos
y fue mi boca ardienteabeja de sus pétalos.
De la crujiente seda,que resbalara al suelo,
emergió su blancuratu contorno supremo.
Y al impulso movido de ardoroso deseo,
se cimbró entre mis brazos y quedó prisionero.
Me abrasaban tus ojos,me quemaba tu aliento,
y apagó las palabrasel rumor de los besos...


Dulce María Loynaz
Si me quieres, quiéreme entera
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra...
Si me quieres, quiéreme negray blanca,
Y gris, verde, y rubia,y morena...
Quiéreme día,quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!...
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda...
O no me quieras!




Jaime Sabines
Te quiero a las diez de la mañana
Te quiero a las diez de la mañana,
y a las once,y a las doce del día.
Te quiero con toda mi alma ycon todo mi cuerpo,
a veces, en las tardes de lluvia.
Pero a las dos de la tarde, o a las tres,
cuando me pongo a pensar en nosotros dos,
y tú piensas en la comida o en el trabajo diario,
o en las diversiones que no tienes,
me pongo a odiarte sordamente,
conla mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte,
cuando nos acostamos ysiento que estás hecha para mí,
que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre,
que mis manos me convencen de ello,
y que no hay otro lugar en donde yo me venga,
a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo.
Tu vienes toda entera a mi encuentro,
ylos dos desaparecemos un instante,
nos metemos en la boca de Dios,
hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente.
Y hay días también, hay horas, en que note conozco,
en que me eres ajena como la mujerde otro,
Me preocupan los hombres, me preocupo yo,
me distraen mis penas.
Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo.
Ya ves
¿Quién
podría quererte menos que yo amor mío?




Jaime Sabines
No es que muera de amor...
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y de mí,
muero de ambos,de nosotros,
de ese,desgarrado, partido,me muero,
te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy sólo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire para que estés fuera de mí,
y en el lugar en el que el aire se acaba cuando te echo mi piel
encima y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos entre los dos,
ahora, separados,del uno al otro diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que nos vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,en tu carne sin fin,
muero de máscaras,de triángulos obscuros e incesantes.
Me muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,inconsolable,
a gritos,dentro de mí, quiero decir,
te llamo,te llaman los que nacen,
los que vienende atrás, de ti,
los que a ti llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
Jaime Sabines



Raquel Garzón
No me culpes:vi luz en tu alma y entré...
Es cierto,no toqué timbre.no golpeé.
Supuse que esperabas mi llegada.
Lo siento.
Si prejuzgué,fue sin mala intención,
debes creerlo,
Como sea, estoy aquí:
prepárate.

Raquel Garzón






Andres Eloy Blanco.


Andrés Eloy Blanco

LA RENUNCIA
He renunciado a ti.
No era posible Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando cómo el río se iba poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos locas hacia ella y supe que la estrella estaba arriba...

He renunciado a ti,
serenamente, como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo que no se deja ver del viejo amigo;
Como el que ve partir grandes navíos
como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.
He renunciado a ti, como renuncia
el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales, con los ojos estáticos
y las manos vacías, que empañan su renuncia, soplando los
cristales en los escaparates de las confiterías...

He renunciado a ti,
y a cada instante renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, !cuantas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo voy hacia mi propio nivel.
Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...
Andrés Eloy Blanco



LAS UVAS DEL TIEMPO
Madre: esta noche se nos muere un año.
En esta ciudad grande, todos están de fiesta;
zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
claro, como todos tienen su madre cerca...
¡Yo estoy tan solo, madre, tan solo!;
pero miento, que ojalá lo estuviera; estoy con tu recuerdo,
y el recuerdo es un año pasado que se queda.
Si vieras, si escucharas esta alboroto:
hay hombres vestidos de locura, con cacerolas viejas,
tambores de sartenes, cencerros y cornetas;
el hálito canalla de las mujers ebrias;
el diablo, con diez latas prendidas en el rabo,
anda por esas calles inventando piruetas,
y por esta balumba en que da brincos la gran ciudad histérica,
mi soledad y tu recuerdo, madre,
marchan como dos penas.
Esta es la noche en que todos se ponen en los ojos la venda,
para olvidar que hay alguien cerrando un libro,
para no ver la periódica liquidación de cuentas,
donde van las partidas al Haber de la Muerte,
por lo que viene y por lo que se queda,
porque no lo sufrimos se ha perdido
y lo gozado ayer es una perdida.
Aquí es de la tradición que en esta noche,
cuando el reloj anuncia que el Año Nuevo llega,
todos los hombres coman, al compas de las horas,
las doce uvas de la Noche Vieja.
Pero aquí no se abrazan ni gritan:
¡FELIZ AÑO!,
como en los pueblos de mi tierra;
en este gozo hay menos caridad;
la alegría de cada cual va sola,
y la tristeza del que está al margen
del tumulto acusa lo inevitable de la casa ajena.

¡Oh nuestras plazas, donde van las gentes,
sin conocerse, con la buena nueva!
Las manos que se buscan con la efusión unánime
de ser hormigas de la misma cueva;
y al hombre que está solo, bajo un árbol,
le dicen cosas de honda fortaleza:
«¡Venid compadre,
que las horas pasan;
pero aprendamos a pasar con ellas!»
Y el cañonazo en la Planicie,
y el himno nacional desde la iglesia,
y el amigo que viene a saludarnos:
«feliz año, señores»,
y los criados que llegan
a recibir en nuestros brazos el amor de la casa buena.
Y el beso familiar a medianoche:
«La bendición, mi madre»
«Que el Señor la proteja...»
Y después, en el claro comedor,
la familia congregada para la cena,
con dos amigos íntimos,
y tú, madre, a mi lado, y mi padre,
algo triste, presidiendo la mesa.
¡Madre, cómo son ácidas las uvas de la ausencia!
¡Mi casona oriental! Aquella casa con claustros coloniales,
portón y enredaderas, el molino de viento
y los granados, los grandes libros de la biblioteca
—mis libros preferidos: tres tomos con imágenes
que hablaban de los reinos de la Naturaleza—.
Al lado, el gran corral, donde parece que hay dinero
enterrado desde la Independencia;
el corral con guayabos y almendros,
el corral con peonías y cerezas
y el gran parral que daba todo
el año uvas más dulces que la miel de las abejas.
Bajo el parral hay un estanque;
un baño en ese estanque sabe a Grecia;
del verde artesonado, las uvas en racimos,
tan bajas, que del agua se podría cogerlas,
y mientras en los labios se desangra la uva,
los pies hacen saltar el agua fresca.

Cuando llegaba la sazón tenía cada racimo un capuchón de tela,
para salvarlo de la gula de las avispas negras,
y tenían entonces una gracia invernal las uvas nuestras,
arrebujadas en sus talas blancas, sordas a la canción de las abejas...
Y ahora, madre, que tan sólo tengo las doce uvas de la Noche Vieja,
hoy que exprimo las uvas de los meses sobre el recuerdo de la viña seca,
siento que toda la acidez del mundo se está metiendo en ella,
porque tienen el ácido de lo que fue dulzura las uvas de la ausencia.

Y ahora me pregunto:
¿Por qué razón estoy yo aquí?
¿Qué fuerza pudo más que tu amor,
que me llevaba a la dulce aninomia de tu puerta?
¡Oh miserable vara que nos mides!
¡El Renombre, la Gloria...,
pobre cosa pequeña!
¡Cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,
cómo olvidé la Gloria que me dejaba en ella!
Y esta es la lucha ante los hombres malos
y ante las almas buenas;
yo soy un hombre a solas en busca de un camino.
¿Dónde hallaré camino mejor que la vereda
que a ti me lleva, madre;
la verdad que corta por los campos frutales,
pintada de hojas secas, siempre recién llovida,
con pájaros del trópico, con muchachas de la aldea,
hombres que dicen:
«Buenos días, niño»,
y el queso que me guardas siempre para merienda?
Esa es la Gloria, madre,
para un hombre que se llamó fray Luis y era poeta.

¡Oh mi casa sin cítricos,
mi casa donde puede mi poesía andar como una reina!
¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,
de metros y de escuela?
Tú eres mi madre,
que me dices siempre
que son hermosos todos mis poemas;
para ti, soy grande; cuando dices mis versos,
yo no sé si los dices o los rezas...
¡Y mientras exprimimos
en las uvas del Tiempo toda una vida absurda,
la promesa de vernos otra vez se va alargando,
y el momento de irnos está cerca,
y no pensamos que se pierde todo!
¡Por eso en esta noche,
mientras pasa la fiesta
y en la última uva libo la última gota del año que se aleja,
pienso en que tienes todavía, madre,
retazos de carbón en la cabeza,
y ojos tan bellos que por mí regaron
su clara pleamar en tus ojeras,
y manos pulcras, y esbeltez de talle,
donde hay la gracia de la espiga nueva;
que eres hermosa, madre, todavía,
y yo estoy loco por estar de vuelta,
porque tú eres la Gloria de mis años
y no quiero volver cuando estés vieja!...

Uvas del Tiempo que mi ser
escancia en el recuerdo de la viña seca,
¡cómo me pierdo, madre,
en los caminos hacia la devoción de tu vereda!
Y en esta algarabía de la ciudad borracha,
donde va mi emoción sin compañera,
mientras los hombres comen las uvas de los meses,
yo me acojo al recuerdo como un niño a una puerta.
Mi labio está bebiendo de tu seno,
que es el racimo de la parra buena,
el buen racimo que exprimí
en el día sin hora y sin reloj de mi inconsciencia.
Madre, esta noche se nos muere un año;
todos estos señores tienen su madre cerca,
y al lado mío mi tristeza muda
tiene el dolor de una muchacha muerta...
Y vino toda la acidez del mundo a destilar sus doce gotas trémulas,
cuando cayeron sobre mi silencio las doce uvas de la Noche Vieja.
Andrés Eloy Blanco